lunes, febrero 1

Estudiantes y Gimnasia a las trompadas



Empezó con un respetuoso minuto de silencio, y terminó a las trompadas en medio de un griterío descorazonador. En una noche que tenía todo el colorido necesario como para ser una fiesta, Estudiantes de La Plata y Gimnasia decidieron llevar al límite la idea -un lugar común a esta altura- de que entre ellos no hay partidos amistosos.

Al igual que en el River-Boca que se disputó días atrás en esta ciudad, jugadores, suplentes y cuerpo técnico terminaron involucrados en una batalla campal de la línea de cal hacia adentro. El árbitro tuvo que suspender el partido, aunque bien pudo haberlo hecho mucho antes, por lo que sucedía de la línea hacia afuera.

A la hora señalada y con las dos populares ya repletas, los dos equipos habían salido juntos al campo de juego, como para tratar de ahuyentar fantasmas en la última cita del torneo de Verano. Segundos después realizaron un minuto de silencio en recuerdo de dos periodistas vinculados al Lobo platense, y el clima de cordialidad era incluso creíble. Pero apenas empezó a rodar la pelota, quedó en claro que ambos equipos apelaban más de los recomendable al uso de la pierna fuerte.

El primer tiempo fue entretenido y Estudiantes logró el 1 a 0 con gol de Carlos Auzqui. Pero el aumento del juego brusco empezó a encender la alarma en el estadio y en los bancos. Cuando Silvio Trucco marcó el final del primer tiempo, ya había media docena de amonestados.

Cuando los equipos regresaron al rectángulo de juego después del descanso, el destino del partido estaba en manos de la hinchada de Gimnasia. En una postal repetida del fútbol argentino, los 22 jugadores, los seis árbitros y los 18 mil espectadores presentes en el estadio José María Minella miraban hacia la popular para tratar descifrar si el encuentro continuaría o no: la barra del Lobo había desplegado cuatro banderas de Estudiantes. A través de los insufribles altoparlantes del Mundialista, los organizadores le daban el ultimátum a los barras para que terminaran con la provocación, o sería suspendido el encuentro. Fue inútil: reloj detenido.

El cuarto árbitro, Sergio Testa, pidió a los responsables del operativo de seguridad que intervinieran. Es decir, que enviaran efectivos a la popular de Gimnasia para retirar las banderas que no estaban permitidas, y que habían logrado sortear todos los cacheos. Ningún uniformado ingresó en la tribuna, pero las banderas fueron plegadas. No todas, en realidad: a una de ellas la prendieron fuego justo detrás del arco de Estudiantes. Ningún integrante del sexteto arbitral lo advirtió. Y el clima se espesaba cada vez más.

Tampoco advirtieron los jueces que un grupo de barras de Estudiantes habían trepado a la torre de transmisión más alta y peligrosa del estadio.

Dentro del campo de juego, en tanto, seguían volando las tarjetas amarillas, y entonces llegó la primera roja. El expulsado fue el uruguayo Alvaro Pereira, por una tremenda patada en la cabeza al marplatense Facundo Oreja, que dejó la cancha en ambulancia.

Entre la reiteración de faltas, las protestas, las simulaciones y las nuevas interrupciones por culpa de las banderas de Estudiantes en poder de Gimnasia, el partido ingresó en una marcha lenta y frágil hacia el final. Pero cuando faltaban segundos para que se cumpliera el tiempo reglamentario, fue expulsado el arquero del Lobo, Enrique Bologna por una mano -discutidísima- usada como último recurso fuera del área. Al no tener más cambios Gimnasia, se hizo cargo del arco el defensor Ezequiel Bonifacio, y después de un tiro libre que dio en la barrera, el Lobo armó un rápido contragolpe con la conducción de Medina. El delantero trepó en terreno de Estudiantes, hasta que fue talado por Santiago Ascacíbar. El jugador fue expulsado, se le abalanzaron varios rivales, y fue el principio del fin: la pelota no volvió a ponerse en juego.

Igual que en el superclásico -en el mismo sector de la cancha, de hecho- todos los jugadores y los integrantes del cuerpo técnico se mezclaron en un amontonamiento que sólo podía terminar mal. Desde las tribunas volaban algunas butacas. Cuando parecía que Pedro Troglio había logrado controlar a sus jugadores, Medina golpeó en la cara a Damonte. Andújar intervino para separar, y después dobló la apuesta: empezó a repartir trompadas y terminó él mismo en el suelo mientras recibía patadas de todos lados. Enajenado, el delantero Nicolás Mazzola pateó varias veces en el piso al arquero de Estudiantes, hasta que el 1 fue rescatado por Franco Niell, que decidió tirársele encima para cubrir con su propio cuerpo al arquero rival.

El partido fue suspendido, y el descontrol llegó a tal punto que los equipos no pudieron siquiera cumplir con el compromiso de abandonar juntos la cancha. Vivas y Troglio acodaron esa salida, tal como confesaron después en la zona de vestuarios, para evitar el tironeo que se vio en La Bombonera la noche del gas pimienta para ver qué equipo dejaba primero el campo de juego.

Lamentablemente -señaló por su parte Troglio- a veces tenemos reacciones que después condenamos cuando entramos al vestuario
"Se le escapó a Trucco, se le fue de las manos. Fue una vergüenza, sin sentido. Vinimos a jugar un partido de fútbol y terminamos así", dijo el capitán de Gimnasia, Lucas Licht, antes de partir hacia el vestuario.

"Los culpables somos todos. Esto es inaceptable", señaló Vivas, en una zona mixta blindada por la cantidad de policías que bloqueaban cualquier paso entre un vestuario y otro. "Lamentablemente -señaló por su parte Troglio- a veces tenemos reacciones que después condenamos cuando entramos al vestuario".


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