domingo, agosto 11

Explosión de Rosario - Las historias de los que fallecieron en la tragedia

En la memoria. Indagar en las historias de las víctimas fatales no fue fácil en medio del luto de sus familiares. Gran parte de estas personas habitaba la torre que se derrumbó, aunque algunos vivían en departamentos de los dos bloques contiguos. Mientras Rosario todavía sigue muy lejos de recuperarse del drama, estos son los recuerdos de quienes ya no están.
 
►Hugo Montefusco, 56 años
Hugo era hijo único, papá de Agostina, de 22 años, enfermero, chofer de ambulancia y separado desde hacía unos años, aunque a su ex, Marcela, le seguía diciendo "mi esposa". Ella en su Facebook pegó una foto y lo recordó con cariño: "Este es nuestro querido Hugo, protegiendo y cuidando a su hija y a mí, a pesar de las distancias".
Trabajaba en el Sanatorio de la Mujer de 0 a 6 y en el Dipaes (Dirección Provincial de Accidentología). En ambos lugares lo recuerdan como un trabajador "muy profesional" y "reservado". El martes debía desarrollar su labor en la localidad de Pueblo Esther para la Dipaes, pero cambió la guardia y por eso la explosión lo encontró en su departamento, supuestamente dormido. Visitaba siempre a su mamá, Antonia, de 83 años, y en el sanatorio aseguran que Hugo "hacía las cosas más fáciles en un lugar muy duro, como la terapia intensiva, donde se está en contacto permanente con la muerte".
Su hija también escribió en Facebook. En realidad "le" escribió: "Te amo, viejo, todavía no puedo entender todo lo que pasó, todas tus pertenencias y años de ahorro poniendo el lomo para ser un poco mejor se perdieron en un instante pero ya lo material no importa, lo más importante se fue con vos, sigo para cumplirte todas las cosas que te prometí: voy a cuidar a la familia, a los perros, y voy a recibirme de arquitecta y te lo voy a dedicar a vos".
 
►María Ester Cuesta, 92 años
Vivía sola en el 3º B del edificio al frente de calle Salta, pero siempre estaba acompañada con alguien que la cuidaba. Tenía nietos, que también vivían en el edificio de la calle Salta, y bisnietos; un hermano menor, de 81 años, y una mayor, Marcia, de 95. María Ester y Marcia ya se visitaban poco, pero hablaban siempre por teléfono. La última vez fue María Ester quien llamó. No le comentó nada sobre los problemas con el gas, sólo le dijo que a su edad ya se estaba olvidando un poco de algunas cosas. No se levantaba temprano; se supone que la explosión la encontró dormida.

Juan Natalio Penise, 70 años
Penise, ex gerente de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro y Caja Nacional de Ahorro Postal, vivía en uno de los departamentos de la calle Salta junto a su mujer Ana Rizzo (65 años), quien al cierre de esta edición permanecía desaparecida. El martes a las 9 habían sido citados por otros consorcistas para una reunión por el tema del gas. Ella le dijo que lo acompañaba y él sugirió que no hacía falta, pero salieron juntos del departamento. El cuerpo sin vida de Juan Natalio fue encontrado junto a otros dos por Luna, una perra labradora del cuerpo de bomberos de la ciudad entrerriana de Paraná.

►Carlos López, 40 años
Con una hija, Miranda, de 12 años que juega al hockey en Universitario, divorciado e hincha de Central, Carlos se mudaba este fin de semana a un nuevo departamento frente al río, cansado de lidiar en el 6º piso de calle Salta. Allí tenía problemas con el agua, el gas y la humedad. Hacía una semana que se bañaba en el gimnasio porque en su casa ya no podía. El martes de la tragedia iban a darle la llave del nuevo departamento. Y la noche anterior una amiga le preguntó si quería ver con ella la entrega de los Martín Fierro, pero él le dijo que no era “cholulo” y que prefería irse a cenar con un amigo al que no veía desde hacía tiempo. En su entorno suponen que la explosión lo encontró dormido. Nunca se despertaba antes de las 10 porque era noctámbulo: estaba al frente de los bares Piluso (lo bautizó así por Alberto Olmedo) y Locos por la Pizza, donde prácticamente repartía las horas de su vida.

►Débora Gianángelo, 20 años
Débora era estudiante de los primeros años de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Oriunda de Arteaga, vivía con Adrián, uno de sus hermanos, en el 3º C de una de las torres. El martes, su hermano se fue a trabajar a las 7 a Tribunales y le dijo mientras ella dormía: “Cerré la llave del gas porque a las 9 vienen a arreglarlo”. Débora siguió remoloneando, esa mañana no tenía que cumplir con horarios. Ella y su hermano hacía días que la estaban pasando mal porque no había presión de gas. El otro hermano de Débora, Hernán, al enterarse del hecho llegó rápidamente desde Casilda. Hicieron guardia en la zona, prácticamente sin pegar un ojo, junto a familiares y amigos hasta que apareció el cuerpo sin vida de Débora. Adrián fue quien le gritó a la presidenta Cristina de Kirchner: “Hey, presidenta, por favor busquen a mi hermana en serio. En vez de estar acá, busquen a mi hermana. Nadie puede encontrarla. Hace un día y medio que estamos, vamos, vamos, todos a buscar a mi hermana. Basta de discutir, todos, muchachos, los que estuvieron anoche conmigo vamos. No hace falta que nos peleemos entre todos nosotros, tenemos que estar trabajando y buscando a mi hermana todos juntos. Falta mi hermana”.

Adriana Mattaloni, 57 años
El marido de Adriana, Aldo Guidotti, es el dueño de la casa de marcos Jea, ubicada en Salta 2171, en la misma cuadra del edificio de la explosión. Con él se conocían desde la adolescencia, no tenían hijos, sí sobrinos. Adriana solía acompañar a su marido al trabajo y esa mañana no fue la excepción. Aldo estaba preparando mate cocido; Marcelo Marcier, un empleado que trabaja allí desde hace más de 20 años, estaba acomodando unos marcos y a pocos metros de él estaba Adriana. Fue ella quien tras escuchar por más de diez minutos el potente silbido de la fuga de gas sugirió: “¿Por qué no cerramos y nos vamos?”. Estaban en eso cuando la onda expansiva los hizo saltar por los aires a los tres, en distintas direcciones, y se les cayó encima el techo del local. Marcier quedó entre un entrepiso y una losa, Guidotti sufrió unos magullones en la cabeza y Adriana quedó bajo los escombros. Marcier comenzó a buscarla desesperado y alcanzó a ver un pedazo de su campera, pero un agente de rescate le dijo que era “suficiente”, que seguirían ellos con la labor y lo llevaron donde estaban los médicos y las ambulancias. Allí también trasladaron a Guidotti, quien salió cubierto con polvillo de pies a cabeza, con un lápiz atravesado en la oreja derecha y a los gritos. “No me voy, no me lleven a ningún lado, no me muevo de acá sin mi esposa”.

María Emilia Elías, 28 años
María Emilia apareció entre los escombros abrazada a Abril, su perra labradora. La mascota era parte de su vida, sólo una parte, porque María Emilia tenía dos hermanas que se ocupaban de ella y la mimaban —María Fernanda, su melliza, y Romina—. También tenía muchas amigas y espacios donde bailar, algo que le gustaba con locura, y trabajaba unas horas en un quiosco del barrio. A las tres hermanas las había criado su abuela Juanita, quien falleció hace ya unos años. Las chicas habían perdido a su mamá de pequeñas; su papá es Juan Carlos, conocido como el Turco Elías, un ex futbolista de Central y entrenador del equipo Heredia de Guatemala. María Emilia tenía síndrome de Down, su hermana, no. Vivían juntas y se habían mudado desde zona sur al centro para que María Emilia estuviera cerca de la escuela “Un lugar para aprender”. Esa mañana María Fernanda se fue a trabajar y dicen que estaba en la esquina cuando se produjo la explosión. Minutos antes, Romina, la otra hermana había llamado por teléfono a María Emilia: “Acá estoy, bien, tomando mates con la perra”. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que respondió en broma, porque los que la conocieron aseguran que era muy alegre y los chistes también eran parte de su vida.

Estefanía Magaz, 21 años
Estefanía era de Las Rosas y su novio, Andrés, de 26 años, de Cañada de Gómez. Ella vivía en el 7º piso del edificio que se derrumbó. Cursaba el 3er. año de abogacía en la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano (Ucel). Un vecino que vive a cuatro cuadras del lugar, Cristian Perelló, contó que intentó rescatarla. Entró al edificio entre gritos y tinieblas: humo, fuego, polvo y olor a gas. Escuchó que alguien decía que en el fondo había unos abuelos que necesitaban ayuda. “Pero nunca llegué a ellos. En el camino me encontré con una pareja: el muchacho me pedía que ayude a su chica. «Se muere, se muere», gritaba desesperado. Ella tenía los ojos abiertos y sangraba. La cargué y corrí varios metros y la dejé en una ambulancia. Nunca me olvidaré de su cara, no sé ni cómo se llaman”, contó a poco del derrumbe Perelló, refiriéndose a Estefanía. Su novio formó parte de la lista de heridos. Estuvo internado en el Sanatorio Parque con magullones, cortaduras menores y en total estado de shock.

Domingo Oliva, 76 años
A Domingo Oliva, un comerciante jubilado, padre de cuatro hijos, abuelazo de siete nietos y buen cocinero, muchos lo conocían por su apodo “Pichón”. Vivía con su mujer, Zulma, en el 4º piso D del edificio cuyo contrafrente da al supermercado La Gallega. En la puerta contigua del matrimonio, el 4º B, vivían una hija de Domingo, Andrea, y su yerno Néstor, el obstetra que rescató de entre los escombros al hijito de 4 años de ambos, Enzo. La mañana del martes, Domingo acompañó a la puerta del edificio, como cada mañana, a su mujer que iba a cuidar a sus nietas que viven en zona oeste. Al volver al departamento percibió el fuerte olor a gas y le dijo a su hija Andrea que abriera las ventanas. La explosión no dio tiempo a hacer efectivo el consejo de Domingo. Por estos días su mujer vive con su hija Gabriela; sus dos hijos varones no encuentran consuelo en España, desde dónde vieron con estupor las trágicas imágenes del derrumbe. Y su nietito, el que más jugaba con él, pregunta por su abuelo.

Florencia Caterina, 27 años
“La herrmana favorita”, así se llama el trío de artistas plásticos que conformaban Florencia Caterina con su novio Matías Pepe y Angeles Ascúa. Los tres, con sus cabezas inclinadas, ruedan aún en el sentido de las agujas del reloj en una foto de la web del grupo: se los ve como en una ronda, como en un juego. Así dicen los allegados de Florencia que era ella: una muchacha creativa que jugaba permanentemente desde su obra. Florencia y Matías vivían en el 7º piso con su perra Makri. La pareja planeaba viajar a Londres en septiembre. La mañana del impacto, su novio partió temprano a una bicicletería y ella se quedó en el departamento. Cuentan que se mensajearon por celular antes de la explosión.
El miércoles próximo Florencia, graduada de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, iba a curar una muestra en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC) para el ciclo Espacios en Emergencia, donde había convocado a tres artistas tan jóvenes como ella para que mostaran sus videos e instalaciones. Florencia recibió una mención en el último salón nacional de los museos Castagnino-Macro. Y tenía muchos proyectos, entre ellos una muestra para diciembre en el Macro que sigue en pie.

Soledad Medina, 31 años, y Federico Balseiro, 30 años
Soledad y Federico planeaban casarse a principios del año próximo. Estaban juntos el día de la explosión en el 6º piso de la torre derrumbada y juntos se los vio en varias fotos que circularon por las redes sociales cuando aún no se sabía nada de ellos. Pero sus cuerpos no aparecieron a la par: a ella se la encontró el jueves, también a su gato Félix. Y un día después se lo halló a él. Soledad era estudiante de 5º año de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Y Federico, o “Fefo”, era el mayor de sus hermanos, sostén de su hogar y licenciado en Administración de Empresas. Trabajaba en un banco y la mañana del martes avisó que llegaría algo más tarde para quedarse a desayunar con Soledad. Tenía “toneladas” de amigos. Con varios planeaba reunirse el miércoles. Tuiteaba mirando tele: la entrega de los Martín Fierro o partidos de fútbol, daba igual.

Maximiliano Vesco, 29 años
Maximiliano vivía en el 2º piso C de la torre que se cayó por la explosión. Tenía una inmobiliria y estaba de novio, desde el verano, con Ludmila. Solían dormir juntos en el departamento pero la noche del lunes cambiaron los planes. Eso sí, como acostumbraban a hacer, Maximiliano y Ludmila se despidieron telefónicamente y se desearon “buenas noches” alrededor de la 1.
Su cuerpo sin vida fue el último que encontraron los rescatistas y se identificó ayer.

Roberto Perucchi, 68 años, y Teresita Babini, 67 años
Roberto y Teresita habían sido novios de jóvenes, se reencontraron años después: ella viuda, él divorciado, y se casaron. Vivían en el 6º F del departamento que desapareció tras la explosión. Eran padres y abuelos, pero no tenían hijos en común. Sus cuerpos fueron encontraron juntos. Ella aún estaba en pijama.
A Roberto le decían “Dani” y tenía cuatro hijos varones (Alejandro, Andrés, Cristian y Marcelo) y una hija (Andrea). Teresita, “Tere” o “Teté” para sus familiares, tenía dos hijas: Giselle y Silvina Dallari, quienes ya habían perdido trágicamente, en 1983, a su papá, médico, cuando una mujer policía lo asesinó de un balazo.
Pero la mujer sobrellevó ese duro trance y crió a sus hijas con la ayuda de una familia muy unida de la que son parte sus hermanas Marta, secretaria del Concejo municipal, y Georgina, quien vive actualmente en Bigand. En medio de estos días de tristeza incontenible, sus hermanas recibieron una noticia que las obligó a sonreir. Un rescatista de Bigand, de los tantos de las localidades vecinas que vinieron a socorrer a las víctimas, encontró en medio de las ruinas una foto. Es la imagen de las tres hermanas Babini y del ahijado de una de ellas, en la puerta de la Iglesia de Bigand.

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