A lo largo de la década de los 90, Babasónicos fue una banda en guerra con su época. Mientras en la superficie Los Piojos musicalizaban viajes de estudio a Bariloche con su rock murguero, Los Caballeros de la Quema se convertían en obreros del lugar común y Bersuit se disfrazaba de grupo contestatario, la banda liderada por los hermanos Diego y Adrián Rodríguez (este último adoptó Dárgelos como seudónimo) editó un puñado de discos caracterizados por su deliberada extrañeza, que la ubicaron en un lugar marginal _pero decisivo_ dentro del panorama del rock argentino.
Fueron años sinuosos, que comenzaron con el rap metálico de "Trance Zomba" (1994) y sus historias lisérgicas del conurbano bonaerense, pasaron por el corte netamente experimental de "Dopádromo" (1996), siguieron en esa suerte de tratado ocultista sobre el heavy metal que fue "Babasónica" (1998) y alcanzaron su pico de psicodelia guaraní en el magistral "Miami" (1999), que fue acompañado por un EP igualmente notable, "Groncho" (2000). Luego, a partir de "Jessico" (2001) la banda tejió una tríada de discos _"Infame", "Mucho", "A propósito"_ que, a partir de canciones más sencillas y radiables ("Irresponsables" fue la cortina de la novela "Los pensionados"), le dieron el éxito que largamente se merecía.
¿Con qué versión de Babasónicos se encontró el público que asistió el viernes a Club Brown a la presentación de "Romantisísmico" (2013), último disco de estudio? Con todas, y esto se debe a que la banda oriunda de Lanús se encuentra en estado de gracia. Años de giras y conciertos sellaron su sonido, y si bien ninguno de sus integrantes se caracteriza por su virtuosismo, juntos encarnan un organismo único, con estética y sonido propios.
Se dice que "Romantisísmico" (2013) marca la reinvención de Babasónicos, pero la sentencia no es del todo acertada. En todo caso, el álbum parece abrir una nueva etapa en la que las canciones son elaboradas de un modo más austero en cuanto al sonido, al mismo tiempo que están dotadas de una mayor complejidad formal. El resultado, a veces, es extraordinario, como en "Humo", una de las grandes canciones de "Romantisísmico" y también del rock argentino de los últimos años, elegida para abrir el concierto, que siguió con el añejo y muy festejado "Malón" y los nuevos hits "Los burócratas del amor" y "El baile de Odín", este último casi un cuerpo extraño y ramplón dentro de la sofisticación de "Romantisísmico".
Sobre el escenario, el bajista Gustavo Torres y el batero Diego Castellano sostienen al grupo sin sobresaltos. Por su parte, Diego Rodríguez es uno de los ejes anímicos de la banda, ya sea acompañando a su hermano en las voces, tocando la guitarra o la percusión o simplemente divirtiéndose con el público.
Al otro lado del escenario, Mariano Roger se encorva sobre su Gibson Les Paul a puro nervio rockero, mientras que a sus espaldas Diego Tuñón aparece como el científico gélido y glam a cargo de la carta de navegación y las perillas. Carca, amigo entrañable del grupo que ingresó como miembro estable luego de la muerte del bajista Gabo Manelli en 2008, aporta carisma e imagen y suma guitarras, voces y percusión.
Y por supuesto, está el inimitable Adrián Dárgelos, que deja hasta la última gota de sudor sobre el escenario para que el público delire con su estampa de Liza Minelli nacida en Lanús y también con sus letras, otro de los factores que hacen de Babasónicos una banda única, capaz de lograr que mil personas se pregunten a los gritos: "¿Cuál es el color invisible?".
"Seis vírgenes descalzas", "Los calientes" y "Microdancing" fueron algunas de las canciones más festejadas. El único punto flojo de la noche estuvo en la calidad del audio. La banda sonó ajustada y potente pero el exceso de volumen hizo que en muchos pasajes los instrumentos se pegotearan en una sola bola de ruido.
En el rock argentino no hay bandas que a veinte años de su formación hagan gala de estar en el pico de su carrera, por eso es llamativo lo que ocurre con Babasónicos. Sus discos pueden gustar más o menos, pero siempre responden al credo artístico que los guía y que puede resumirse en una irrenunciable vocación por la sorpresa, casi como un programa estético, una idea que ya aparecía en la vieja canción "CoralCaraza" cuando Dárgelos cantaba: "La libertad es un estado de la mente".
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